Una de las peculiaridades del tiempo político que
vivimos es que se producen fenómenos de movilización masiva y
rápida que parecían imposibles en una sociedad desmovilizada - lo
cual es ya en sí mismo una victoria - pero, al mismo tiempo, esos
fenómenos se desarrollan con infinidad de contradicciones e
inconsistencias que se deben precisamente a la velocidad con la que
se están produciendo los acontecimientos y a la frágil base sobre
la que se asientan. Más claramente: que, en un país en el que lo
político se veía como algo perdido en favor de una minoría, hemos
empezado a darnos cuenta de que esa clase monopoliza el poder sólo
en la medida en la que las mayorías les dejamos hacer, sólo en
tanto estamos desmovilizados. Pero al tratar de compensar esta
situación nos encontramos con herramientas rudimentarias porque el
nivel de inacción era de tal calibre que nos ha dejado políticamente
atrofiados.
Uno de los resultados más visibles de esta
acelerada movilización es el establecimiento de las primarias como
un mecanismo de elección hegemónico. En realidad, las primarias
están limitadas por la visibilidad de las/os candidatas/os, por la
intervención de los medios y por el posicionamiento de dirigentes
que con objetivos más o menos explícitos intervienen en los
procesos. Todas estas limitaciones no sólo están tan claras, sino
que venían estándolo desde hace tiempo, y sólo se podía
considerar que eran un avance cuando se comparaban con los mecanismos
clientelares de promoción que están establecidos en los partidos
mayoritarios. Así se han convertido las primarias en la forma
indiscutible de los nuevos procesos y en marca diferencial respecto a
aquellas fuerzas a las que se pretende desalojar del poder. En esto,
seamos claros, han sido útiles, ya que han permitido una primera
puesta en marcha de procesos de participación popular y una
identificación de las mayorías con esos procesos.
En la mayor parte del territorio, hemos pasado por
cinco procesos de primarias en menos de un año: candidatos de
Podemos a las europeas, organización de Podemos a nivel estatal,
autonómico y local, y candidaturas municipalistas; y aún nos queda
alguno por resolver, como el proceso interno de Podemos en Andalucía
y los que surjan en torno a las generales, pero parece que la fase
más intensa ha pasado. Los resultados se pueden evaluar centrándonos
en Madrid, por su centralidad y porque, en su enquistada vida
política se condensan las potencialidades y las miserias de la vida
política del Estado. En lo que se refiere a Podemos, estos meses de
procesos internos que se cerraban con primarias nos han dejado, en
primer lugar, un Consejo Municipal pobre y absolutamente centrado en
la figura del secretario general, con una representación monocolor -
la principal lista alternativa apenas tiene uno de los 24 consejeros
(y por causas indeseables) pese a tener el respaldo de un 26% de los
votos - y una proyección política infinitamente más corta de la
que podría haberse construido en la capital del estado; y en segundo
lugar, un consejo autonómico fracturado e informe con serias dudas
sobre la capacidad de su secretario general para llevar a cabo la
tarea de coordinación y liderazgo que tiene encomendada. En lo que
se refiere a la candidatura municipalista, al margen de cuestiones
importantes como la legitimidad de la lista que presentó el Consejo
Ciudadano Municipal, los resultados vuelven a ser desconcertantes y
frustrantes para las iniciativas alternativas: dominio mayoritario de
la candidatura "oficial" y reparto de posiciones
secundarias para las demás fuerzas.
El resultado es que las limitaciones a las que
hacíamos referencia han pasado facturas importantes en estos meses
de frenética configuración interna de Podemos y de las diversas
candidaturas municipalistas, y ahora mismo las cuestiones de
legitimidad de las primarias están abiertas en muchos de los
espacios de esa confusa militancia que parece conformar la nueva
política. Y no son sólo los viejos partisanos los que señalan con
el dedo las deficiencias; al contrario, en buena parte son "los
recién llegados" - de aquellos que se han interesado muy
recientemente a la política - los que más impotentes se sienten
ante barreras como la popularidad, el acceso a los grandes medios o
el apoyo de los aparatos políticos. Estos tres factores, además, se
refuerzan mutuamente, y han acabado por constituirse como una barrera
a cualquier alternativa interna que no tenga la bendición de quienes
ocupan el poder en la organización, con el añadido de que este
mecanismo introduce sistemáticamente un factor de competitividad
que, en caso de sostenerse en el tiempo, produce un evidente riesgo
de fractura, además de una nefasta dinámica de competición que en
términos políticos acaba en sistemas del tipo "el primero se
lo lleva todo" claramente antidemocráticos.
Como herramienta, las primarias han dado bastante de
sí. Para bien y para mal, han sido la herramienta indiscutible para
este periodo, y será difícil plantear otra cosa antes de las
próximas generales. Pero va siendo hora de darla por amortizada y
comenzar a construir procesos consensuales en los que lo colectivo se
articule para construir de nuevo una relación de cooperación y
creación de razón política colectiva. Sólo desde esas posturas se
podrá poner en marcha una nueva política que de verdad lo sea.
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