Publicado originalmente como Carta a la redacción de La Marea
Hay una frase del fallecido y recordado Miguel Romero, el Moro, que se ha citado hasta la saciedad: “No es lo mismo ganar en sentido electoral (obtener una mayoría electoral que permita formar gobierno), ganar en sentido político (tener las capacidades y los medios para poner en práctica el programa de gobierno) y ganar en sentido social
(contar con una movilización activa de la mayoría social que oriente,
controle e impulse la acción de gobierno y socialice la política)”.
La frase, por supuesto, tiene mucho de Bensaid, a quien Romero conocía
mejor que nadie, pero no se queda en la teoría pura, sino que, como
corresponde a ambos teóricos, tiene una voluntad de praxis política
fuerte y parte de un conocimiento profundo de la práctica política y de
los ecosistemas sociales en los que se esta práctica tiene lugar.
Todo esto viene a cuento de una cuestión que estos días, seguramente,
está llegando a cansar a muchos, pero a la que deberíamos seguir
prestando atención: la formación interna de Podemos como organización política. Y sobre eso escribe hoy mismo un artículo interesante Emmanuel Rodríguez, Podemos o el problema del partido.
Rodríguez plantea la cuestión de la forma de articulación necesaria
para un partido que hoy día es la gran herramienta para conseguir un
cambio electoral en España, y así abrir la puerta del cambio político
(definidos ambos en términos de Miguel Romero); su argumentario, ya lo
hemos dicho, es interesante, pero no vamos a entrar en él sino en la
curiosa interpretación de una “necesidad de cuadros comunistas” que
Emmanuel Rodríguez entiende como una necesidad de militantes y
activistas que “gracias a su trabajo, más bien lento y penoso,
conquistan las parcelas de autonomía y contrapoder, que para Gramsci
acababan sumándose para construir ese efecto, hoy tan manido, de la
“hegemonía”. Decimos que esta interpretación es curiosa porque, aunque
muchos quisiéramos una organización construida en buena medida sobre
esos cuadros que agrupan a las diversas posiciones de la realidad social
-lo que hoy llamaríamos confluencia desde las bases- lo cierto es que
la línea de la organización y las formas de hacer política que
han adoptado los líderes de Podemos a nivel estatal no puede estar más
lejos de la actividad de base de “militantes y activistas” con
su trabajo “más bien lento y penoso”. Muy por el contrario, la línea
explícita y repetidamente manifestada por los portavoces del partido es
la de correr para ganar antes de que se cierre esa ventana de
oportunidad que tanto nos ocupa y preocupa.
Y algo parecido es lo que parece estar pasando en otro proyecto
político que, aunque pertenece al orden municipal -o precisamente por
eso- no deja de ser significativo: Ganemos Madrid. Desde su improvisada
conversión -empezó siendo Municipalia y tomando lo electoral como uno de
sus ámbitos de actuación- hacia una candidatura electoral en la que
compartirá proyecto con distintos partidos, la opción de ganar las elecciones ha empezado a ser una obsesión y a comerse todo lo demás.
Como me decía hace poco un activista social, “eso es culpa de Podemos”,
que fue el movimiento que con su éxito electoral en las europeas hizo
que todos pensáramos que se podía ganar a las maquinarias electorales de
los grandes partidos. Esto, vaya por delante, no debe ser un crítica
malintencionada. La ambición de ganar es legítima, y en la situación de
urgencia social en la que estamos, es obligatoria. Pero si lo electoral
copa toda nuestra actividad, estaremos dejando de lado lo político y lo
social para centrarnos en la hipótesis de la victoria en las urnas, la
cual, dicho sea de paso, empezó siendo una hipótesis festiva pero se va
pareciendo cada vez más a una guillotina que se acerca a nuestro cuello
peligrosamente.
En el mismo artículo de Miguel Romero, tres párrafos por debajo de la
cita con la que comenzábamos este texto, se dice lo siguiente: “Ganar
en sentido social es la condición de cualquier otra victoria”. La
victoria social es más difícil, frente a la otra que, siendo difícil,
está un poco más cerca y es tentadora, pero insuficiente. Una victoria electoral sin lo social lleva a un callejón sin salida, porque no será capaz de convertirse en victoria política.
Y tampoco hay que ser capaz de predecir el futuro para ver qué le puede
pasar a un gobierno que, viniendo de opciones alternativas, se
encuentre en un escenario de oposición total por parte de los actores
económicos y políticos y por una buena parte de la sociedad: la
institucionalización acecha y es la mejor arma de la clase dominante
para controlar a esas fuerzas que pretenden impugnar el orden
socioeconómico. Por eso la otra vía, la del trabajo por la hegemonía
desde las bases -que no tiene porque ser lento y penoso, también puede
ser eficiente y hasta festivo- es un camino no sólo necesario para
nuestra organización como partido, sino para la ruptura democrática en
el Estado por la vía de una movilización de las clases populares que
tienen un interés real en el gobierno no sólo de sus instituciones,
también de su sociedad, su pensamientos, sus ciudades. En definitiva, de
sus propias vidas. Obviamente, mucho más que una victoria electoral.
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