miércoles, 21 de enero de 2015

Ciudadanía o clase trabajadora

Una de las cuestiones que ha venido a colarse en la primera fila de las discusiones políticas es la reivindicación de la ciudadanía en los espacios políticos de la izquierda. En principio es algo elemental ¿cómo no asumir el concepto más universal e inclusivo para referirse a los individuos que conforman la masa social? Y sin embargo, la cuestión despierta recelos en las organizaciones y personas posicionadas en la izquierda clásica, que siempre ha preferido términos como trabajadoras y trabajadores o clases populares, o, en la tradición más ortodoxa, proletariado. Al fin y al cabo son términos que encajan en su tradición, mientras que el término ciudadano remite más bien a la revolución francesa - en el mejor de los casos - o a la tan manida y carente de aplicación Declaración de los derechos humanos de la ONU, organismo, por otra parte, que no puede sufrir más desprestigio, y con buenas razones. 

Las alternativas de la terminología izquierdista, por supuesto, no carecen de problemas; entre ellos, el más evidente es que para la mayor parte de la población se trata de términos completamente obsoletos, como reliquias de otra época. Usar estos términos en el discurso político sería tanto como ponerse el abrigo del abuelo: no hace mal a nadie, pero hay algo raro que huele a naftalina y le quita toda credibilidad. ¿Por qué se empeña entonces la izquierda? En parte, seguramente, porque se siente cómoda. Usar las palabras de toda la vida es como transitar el barrio de toda la vida: uno se siente a gusto y encuentra a viejos conocidos. En cierto modo, cuando usamos una jerga compartimos una forma de ver el mundo. La cuestión fundamental es si esta visión del mundo, más allá de mantener la cercanía de una comunidad política, es capaz de transmitir un conocimiento válido o bien si está tan obsoleta como los términos que la articulan. 

En líneas generales, ciudadanía designa a aquellas personas que habitan una comunidad en igualdad de condiciones; si se opone a algo es, tal vez, a aristocracia. Poco más. Su horizontalidad, su universalidad, son tan amplios que apenas permiten diferenciar nada. Por el contrario, cuando hablamos de trabajadoras y trabajadores o de clases populares hablamos de sectores concretos de la población, aquellos que venden o intentan vender su trabajo en condiciones de precariedad y dependencia y que acceden a los bienes necesarios a través de relaciones que siempre benefician a otros. Son términos que se oponen a capitalista, gobernante, explotador. Para saber si estas nociones son válidas habría que volver la mirada a la realidad que describen: si hay trabajadores precarios, personas dependientes, parados, y clases dominantes. Y parece obvio que los hay. Entonces habría que reivindicar la recuperación de los términos esos términos para referirnos a esos sectores - a nosotros mismos – rehabilitando un lenguaje que sólo parece obsoleto porque así lo hacen parecer aquellos poderes a quienes les interesa o tal vez por la acumulación de derrotas. Pero en una sociedad desigual con estructuras de poder ilegítimas, hablar de ciudadanía oculta más que muestra, al abarcar bajo un manto falsamente inclusivo a las clases que entran en contacto y en conflicto cada día.

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