1. Sin cerveza no hay revolución. Y sí, claro, un poco de
alcohol bien puede ser necesario; al fin y al cabo, a cualquiera le
temblaría el pulso antes de tomar el Palacio de Invierno. En cualquier
caso, para llegar hasta ahí será necesaria también una buena dosis de
sangre fría, pero bueno será ir alternando la templanza con la
desinhibición y la estrategia con el atrevimiento. Y con la alegría, ya
que estamos.
2. Los sans-culottes de nuestra sociedad serían los sans-iphone.
El término no es nuestro - ya nos gustaría - es de Rendueles, un tipo
bastante más bregado en estas cuestiones de análisis social. Pero a
nosotros nos hace plantearnos una pregunta: ¿acaso existen los sans-iphone? El propio Rendueles - en otro fragmente de su Sociofobia,
señala que actualmente buena parte de la sociedad tiene dispositivos de
última tecnología sin haber pasado por otros mucho más básicos. Y si
ampliamos el campo, parece que también podríamos afirmar sin arriegarnos
mucho que mucha gente tiene televisores de gran formato y apenas puede
pagar la letra de la hipoteca. Con esto se podría construir una lectura
tal vez rudimentaria pero también bastante clara de una de esas cosas a
las que la posmodernidad ha dedicado artificiosos discursos: el
capitalismo tardío pone a disposición de amplios sectores de la
población una serie de productos más o menos accesibles y produce la
identificación de ciudadano y consumidor en un mar de ofertas que son
tanto bienes de consumo como elementos identitarios. Al hacer esto,
oculta la desigualdad y las relaciones de dominio bajo un falso espectro
de sociedad/mercado abierto, y escamotea los mecanismos de dominación.
Una consecuencia bastante inmediata es que la conciencia de clase ha
desaparecido o se ha desvirtuado casi completamente; con ella desparece
también el sujeto de la ruptura, de la revolución: al fin y al cabo, si
no no es consciente de ser un paria, dificilmente se levantará contra
las castas superiores. Habrá que pensar que sucesos como la
conflictividad social de los últimos años, las rebeliones de los países
árabes o el 15M y el movimiento Occupy apuntan a una reversión de esta
situación. Puede que después de todo nos estemos enterando de que tener
un smartphone no nos hace más felices.
3. No te fíes de los idus de marzo.
Acontecimientos como el surgimiento de Podemos en España y el más que
probable gobierno de Syriza en Grecia parecen estar dando una salida
operativa al descontento del 15M. Pero no todo será fiesta, a juzgar por
lo que hemos estado viendo. Buena parte del brillo de la alegría se ha
empañado, y en otros casos ha resultado simplemente falso o de paso muy
corto. Queda por delante mucho trabajo si no queremos quedarnos con una
sonrisa amarga pensando en lo que podría haber sido y no fue.
4. No es una crisis económica, es una crisis de civilización.
Lo que tenemos entre manos, el mundo que vivimos no sufre por un mal
ciclo económico. Las catástrofes naturales cada vez más frecuentes no
son una mala racha. Las tensiones geopolíticas no son un conflicto
diplomático y las hambrunas no se reducen a las actuaciones
especulativas de los mercados. La dinámica de producción, consumo y
financiarización, sencillamente, no tiene otra salida: necesita depredar
su entorno y a las mismas sociedades que la mantienen.
Los franceses tienen una expresión para referirse al malestar de una persona que no tiene conflictos internos: il n'est pas bien dans sa peau.
No está bien en su piel, no estamos bien en nuestra piel. Habrá que
empezar a reglar ese conflicto interno con urgencia porque los seres
humanos no podemos vivir sin piel y porque nuestra especie se ha
extendido hasta hacer del planeta una segunda piel. La regulación de
nuestras sociedades en términos de producción, emisión de contaminantes y
extracción de materiales es sin duda la más revolucionaria y la más
urgente, tan urgente que llevamos décadas de retraso. En esta cuestión -
esta vez sí - habrá que tener en cuenta que no hay alternativa.
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