domingo, 28 de diciembre de 2014

2015

1. Sin cerveza no hay revolución. Y sí, claro, un poco de alcohol bien puede ser necesario; al fin y al cabo, a cualquiera le temblaría el pulso antes de tomar el Palacio de Invierno. En cualquier caso, para llegar hasta ahí será necesaria también una buena dosis de sangre fría, pero bueno será ir alternando la templanza con la desinhibición y la estrategia con el atrevimiento. Y con la alegría, ya que estamos. 

2. Los sans-culottes de nuestra sociedad serían los sans-iphone. El término no es nuestro - ya nos gustaría - es de Rendueles, un tipo bastante más bregado en estas cuestiones de análisis social. Pero a nosotros nos hace plantearnos una pregunta: ¿acaso existen los sans-iphone? El propio Rendueles - en otro fragmente de su Sociofobia, señala que actualmente buena parte de la sociedad tiene dispositivos de última tecnología sin haber pasado por otros mucho más básicos. Y si ampliamos el campo, parece que también podríamos afirmar sin arriegarnos mucho que mucha gente tiene televisores de gran formato y apenas puede pagar la letra de la hipoteca. Con esto se podría construir una lectura tal vez rudimentaria pero también bastante clara de una de esas cosas a las que la posmodernidad ha dedicado artificiosos discursos: el capitalismo tardío pone a disposición de amplios sectores de la población una serie de productos más o menos accesibles y produce la identificación de ciudadano y consumidor en un mar de ofertas que son tanto bienes de consumo como elementos identitarios. Al hacer esto, oculta la desigualdad y las relaciones de dominio bajo un falso espectro de sociedad/mercado abierto, y escamotea los mecanismos de dominación. Una consecuencia bastante inmediata es que la conciencia de clase ha desaparecido o se ha desvirtuado casi completamente; con ella desparece también el sujeto de la ruptura, de la revolución: al fin y al cabo, si no no es consciente de ser un paria, dificilmente se levantará contra las castas superiores. Habrá que pensar que sucesos como la conflictividad social de los últimos años, las rebeliones de los países árabes o el 15M y el movimiento Occupy apuntan a una reversión de esta situación. Puede que después de todo nos estemos enterando de que tener un smartphone no nos hace más felices. 

3. No te fíes de los idus de marzo. Acontecimientos como el surgimiento de Podemos en España y el más que probable gobierno de Syriza en Grecia parecen estar dando una salida operativa al descontento del 15M. Pero no todo será fiesta, a juzgar por lo que hemos estado viendo. Buena parte del brillo de la alegría se ha empañado, y en otros casos ha resultado simplemente falso o de paso muy corto. Queda por delante mucho trabajo si no queremos quedarnos con una sonrisa amarga pensando en lo que podría haber sido y no fue.

4. No es una crisis económica, es una crisis de civilización. Lo que tenemos entre manos, el mundo que vivimos no sufre por un mal ciclo económico. Las catástrofes naturales cada vez más frecuentes no son una mala racha. Las tensiones geopolíticas no son un conflicto diplomático y las hambrunas no se reducen a las actuaciones especulativas de los mercados. La dinámica de producción, consumo y financiarización, sencillamente, no tiene otra salida: necesita depredar su entorno y a las mismas sociedades que la mantienen.

Los franceses tienen una expresión para referirse al malestar de una persona que no tiene conflictos internos: il n'est pas bien dans sa peau. No está bien en su piel, no estamos bien en nuestra piel. Habrá que empezar a reglar ese conflicto interno con urgencia porque los seres humanos no podemos vivir sin piel y porque nuestra especie se ha extendido hasta hacer del planeta una segunda piel. La regulación de nuestras sociedades en términos de producción, emisión de contaminantes y extracción de materiales es sin duda la más revolucionaria y la más urgente, tan urgente que llevamos décadas de retraso. En esta cuestión - esta vez sí - habrá que tener en cuenta que no hay alternativa.

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