viernes, 28 de noviembre de 2014

El absurdo

Un pleno del Congreso dedicado a debatir sobre corrupción, unas medidas que se toman como si la corrupción fuera un asunto de gente que se corrompe y no de un sistema que corrompe a la gente o, más aún, de selección por corrupción (si no estás dispuesto a participar en el saqueo no puedes llegar a los puesto de mando) y un programa económico de un partido que quería ser rupturista y ha renunciado en seis meses a casi todas las medidas de ruptura. 

Todo esto en un par de días de política española que podría ser, desgraciadamente, francesa, alemana, norteamericana. Todo esto, como si fuéramos incapaces - ¿será que de verdad lo somos? - de ver que el dilema último es irresoluble: conjugar capitalismo y democracia. Lo explica muy bien Jorge Riechmann en su libro Moderar Extremistán: no se puede conjugar la democracia real con el capitalismo, porque sus dinámicas son opuestas y contradictorias. No hay una vía mágica que nos permita transitar cómodamente sin salirnos de la una o del otro. Porque si la iniciativa económica, la posesión de los medios y la capacidad de influir (léase hacer y deshacer) en la normativa está en manos de unos pocos, la democracia queda en el rincón. Lo ilustraba muy bien, hace ya unos años, la polémica surgida a partir de las manifestaciones por el derecho a una vivienda, que se amparaban especialmente en el artículo 47 de la Constitución, por el que se establece el derecho a una vivienda digna. En aquella ocasión, más de un político conservador - y conservadores no son sólo los de derechas - explicaba sin despeinarse que ese derecho no tiene porque ser un derecho efectivo. Y tenía razón, según parece, porque eso mismo era lo que concluía un informe de la ONU - como sabemos una organización de izquierda radical - que establecía lo siguiente: "A pesar de que en las disposiciones de la Constitución se reconoce que la vivienda es un derecho básico, en la práctica es considerada un simple bien de consumo, que se compra y se vende".

Este es el asunto, en último término: o está sujeto a compraventa en un mercado en el que quien más tiene más puede, o está sujeto a la voluntad y la necesidad popular. La crisis sólo ha venido a extremar la situación social, evidenciando esta tensión. Tal vez a puesto la situación al límite, y eso deja a la vista las costuras malamente remendadas del sistema. Pero el sistema estaba ahí, y su contradicción era evidente por pura lógica, antes de que la situación social la hiciera evidente ensanchando la miseria. Con ese sistema estamos avocados a enfrentarnos a la crisis ecológica que nos pondrá en el límite, y si no lo remediamos, es de esperar que salgamos muy mal parados. No ya como sociedades, sino como especie.

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