En estos días, los curiosos caminos de la investigación
académica nos han llevado a sumergirnos en la literatura sobre
primates; si alguno de los lectores ha probado a acercarse alguna a
ese mundo, sabrá que el tótem indiscutible es el holandés Frans de
Waal, asentado en EE. UU. desde hace décadas y con una amplia
trayectoria a sus espaldas. No tenemos aún - ¡pero esperamos
alcanzarlo! - un buen conocimiento en estos temas, pero una primera
inmersión podría ofrecer desde ahora algún resultado suficiente
para una reflexión inicial.
En Primates y filósofos1
se recoge un debate en el que la cuestión central es la raíz
biológico-evolutiva de la ética humana. Desde el punto de vista
evolutivo, de Waal analiza los comportamientos de los primates e
interpreta los resultados con el objetivo de establecer los puntos
sobre los que la moralidad tiene sus bases, atendiendo a las pruebas
de actuación moral presentes en el comportamiento de los primates no
humanos. Estas bases serían compartidas y evidenciarían una raíz
prelingüística y prehumana compartida por varias especies
naturales, entre las cuales los humanos seríamos una familia con las
capacidades morales más desarrolladas, pero incrustada en la
naturaleza. Cosa que parece una evidencia, pero que no siempre está
en el el sentido común de nuestros días...
Y aquí surge la reflexión inicial a la que queríamos llegar,
aun sin formalizar demasiado: en cuanto nos rascamos un poco
encontramos un primate en el que están ya presentes nuestras mejores
capacidad – y también las más dañinas. Por muy simple que sea,
es una aportación – y no es la única
– que, frente a las dinámicas de desmesura de nuestra civilización
tecnocientífica, nos pone en nuestro sitio, que parece ser un lugar
mucho menos glorioso del que a veces pensamos merecer.
1 De
Waal, Frans. Primates y filósofos: la evolución de la moral del
simio al hombre. Barcelona:
Paidós, 2007.
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