En una rara confidencia que hizo Franco al doctor Soriano tras un accidente
de caza -cuenta Manuel Vázquez Montalbán- el dictador confesaba que, mientras
ponía en marcha el golpe de Estado de 1936, sabía que la guerra iba a ser
«venturosamente» larga, que deseaba que la guerra fuese «venturosamente» larga
para poder acometer así su proyecto de «exterminar a toda la vanguardia de la
anti-España y quedar con el campo libre para imponer su régimen milenario». Hay
proyectos que tienen una finalidad y, aunque recurran a medios condenables,
tienen también un fin. Pero hay proyectos cuya finalidad son los medios y que
por eso mismo no finalizan jamás: ese es el proyecto de guerra que algunos
llaman «España», un proyecto que lleva siglos llevándose por delante cuerpos,
esperanzas, sensateces y la posibilidad misma de construir una España razonable
y democrática.
Digamos la verdad: hace ya tiempo que el pueblo vasco ha dado la espalda a
ETA, pero no porque los vascos se hayan rendido, porque hayan decidido de pronto
ser españoles o porque hayan renunciado a sus sueños de autodeterminación. Todo
lo contrario: han dado la espalda a ETA porque consideraban que ETA era más bien
funcional a ese proyecto de guerra llamado «España», que con sus acciones
prolongaba y legitimaba su existencia y que con medios casi especulares había
acabado por facilitar la tarea de represión y «exterminio» de un amplísimo
espectro de resistencias sociales. El pueblo vasco ha dado la espalda a ETA
precisamente porque quiere la paz, la democracia y el derecho a la
autodeterminación. Pero «España», que es un proyecto de guerra, quiere
justamente lo contrario. De ahí que, mientras que el pueblo vasco se aleja de
ETA, el Gobierno del PP, hijo de Franco, invoca su retorno, reclama más ETA,
apoya a ETA y grita «gora ETA» con todas las células de su imperial cuerpo de
jota, avejentado por la crisis, la corrupción y la pérdida de credibilidad.
Uno de los medios fundamentales de este proyecto de guerra llamado «España»
es la Audiencia Nacional y la doctrina Garzón, que permite extender el «entorno»
(¿el entorno de qué?) hasta el infinito para condenar por «terroristas» (con
penas de vértigo) a cualquiera que no quiera la guerra, sobre todo si es joven,
tiene formación y sensibilidad política y se muestra solidario con otras causas
y otros pueblos. La detención hace una semana de 18 miembros de Herrira y el
macrojuicio ahora en Madrid contra 40 jóvenes independentistas da toda la medida
de esta estrategia bélica que busca una vez más criminalizar un proyecto
político y criminalizarlo tanto más cuanto más se obstina en las vías pacíficas
-con el propósito manifiesto de que se abandonen. Frente a esa estrategia, la
manifestación del día 6 en Bilbo y el «muro popular» que retrasó el lunes en
Iruñea la detención de Luis Goñi, condenado a seis años como miembro de Segi, da
buena prueba de la determinación en defender, al mismo tiempo, el derecho a
decidir y la paz y la democracia como medios -y no sólo fines- de la lucha. Esta
determinación en buscar la paz por medios pacíficos debe hacernos temer lo peor:
más represión, más guerra, menos Estado de Derecho.
Por eso sería muy bueno que la izquierda del Estado comprendiera
«egoístamente» lo que está en juego. El proyecto «España» no sólo no incluye los
derechos de los vascos, los catalanes o los gallegos; tampoco incluye los
derechos de los españoles: España no cabe en «España». Seguir aceptando un
estado de excepción «local» -que se extiende ya, como mancha de aceite, hacia
otros puntos, según demuestra la reciente condena a los jóvenes activistas
gallegos- es un suicidio. Estemos o no de acuerdo con la independencia de Euskal
Herria (o de Catalunya), deberíamos comprender que, mientras no haya una
verdadera democracia y un verdadero Estado de Derecho, mientras no se garantice
el derecho a la autodeterminación, mientras se sigan censurando, persiguiendo y
criminalizando ciertos programas políticos, mientras se siga «exterminando» a
«la vanguardia de la anti-España», todos los descontentos estamos de hecho
-escribía yo hace poco- en «libertad provisional». El proyecto de guerra llamado
«España» tiene dos ejes: la Unidad de la Patria y la economía de mercado.
Deberíamos entender de una vez que ninguna de esas dos cosas se puede defender
democráticamente y que, por lo tanto, los enemigos de la Patria y los enemigos
del capitalismo, los partidarios -es decir- de la democracia, estamos todos
amenazados por igual. Pero también -cuidado- que disociar autodeterminación y
anticapitalismo, abriendo la distancia entre la izquierda independentista y la
izquierda estatal, entraña otro peligro: puede acabar por convertir a los
independentistas en simples «nacional-capitalistas» y a los anti-capitalistas en
simples «españoles».
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