lunes, 4 de marzo de 2013

Las dinámicas de las librerías convencionales y de las cadenas comerciales


Una librería perteneciente a una gran cadena, en estos días, pone en marcha la siguiente forma de venta: vuelca en un catálogo electrónico los registros de todos los libros en venta, tenga o no ejemplares de esos libros (nunca tiene ejemplares de todo: es físicamente imposible y comercialmente poco rentable). Esto le permite tener un amplio catálogo de venta eliminando los costes del almacenamiento y transporte, que son los más altos en las cadenas de negocio, pero produce una enorme frustración en el usuario que adquiere un ejemplar y se encuentra con la desagradable sorpresa de que carecen del mismo y tiene que esperar a que el distribuidor lo envíe, lo que puede llevar varias semanas.

Un librero convencional, por lo general, no utiliza este tipo de prácticas de negocio; más bien se guía por los principios opuestos: mantiene un fondo almacenado en su local, y eso es lo que vende. Aún hoy, hay libreros que apuntan el teléfono del cliente y le llaman si éste ha ido a preguntar por un libro que no tenían, lo cual es justo lo contrario de lo que hemos descrito en el primer párrafo.

Los libreros, convencionales o no, tienen que ganarse la vida vendiendo libros; la diferencia parece estar en el modelo de negocio que adoptan unos y otros, y en la idea de cliente que proyectan, el de un comprador que interesa en la medida en la que realiza un gasto en mi negocio o el de un persona que utiliza un servicio y paga un coste por él.

Y tenemos que admitir que el modelo que se corresponde con nuestra sociedad es el primero, el de cliente-masa.

En una perspectiva civilizatoria, cultural, nos haría falta generar conceptos que focalicen en el aspecto humano, y construir dinámicas a partir de ellos; lo que los antropólogos llamarían prácticas bien-adaptantes.

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