lunes, 11 de marzo de 2013

Huir de la tentación

Leemos a A. K. Appiah: estoy totalmente de acuerdo con mi colega Gil Harman cuando dice que, si nos proponemos incrementar el bienestar humano, quizá haríamos mejor en quitar énfasis de la educación moral y la construcción del carácter y hacer más hincapié en el intento de organizar las instituciones sociales de manera tal que los seres humanos no se hallen en situaciones que los llevarán a actual mal”[1].

Los que hemos recibido una educación religiosa – y en este extraño país aún somos una abundante y en muchos casos pesarosa mayoría – recordamos aquel “huir de la tentación” que, a modo de consejo, norma o lo que fuere, se repetía una y otra vez en los catecismos. La Iglesia, que no en vano lleva dos mil años adoctrinando almas puede servirnos de referencia en la tarea de encontrar prácticas que instrumenten nuestra capacidad ética, en nuestro caso para reapropiarnos de ella, y la cita de Harman[2] viene a decirnos que para huir de la tentación hace falta disponer esa huída en términos colectivos, lo que conlleva un trabajo activo en el plano sociológico y político para corregir los entornos compartidos y evitar así el comportamiento inmoral.

Harman asume que los contextos institucionales en los que nos movemos ejercen una determinación, más o menos rígida, de nuestro comportamiento, y el simple hecho de aceptar esto es un reto para el ser humano libérrimo y totalmente individualista que habita Occidente en el siglo XXI.

A nadie se el escapa, sin embargo, que esta propuesta nos obliga a determinar qué es lo moral, y lo inmoral. Pero tampoco a nadie se le puede escapar, a estas alturas, que nuestra situación ético-político-social es tan miserable que hay más de un paso y más de dos que se pueden dar sin necesidad de esperar a que se produzca el gran acuerdo sobre el bien de la humanidad y la naturaleza.

Addenda primera: Aplique, por pura curiosidad, la idea de Harman a la compra de unos pantalones. ¿cuántas posibilidades tiene un tranquilo comprador que adquiere unos vaqueros de acabar comprando un producto fabricado con la miseria de los trabajadores-esclavos de Bangladesh?

Addenda segunda: Haga lo mismo con la siguiente cuestión: ¿cuántas posibilidades de comprar su casa en condiciones razonables tenía, hasta 2008, un trabajador residente en España? (Damos por hecho que desde 2008 los trabajadores, simplemente, carecen de toda posibilidad de comprar su propia casa)


[1] Appiah, Kwamen Anthony. Experimentos en ética. Madrid; Buenos Aires: Katz, 2010.
[2] Lamentablemente ha desaparecido de la navegación en la web del autor, pero aun puede encontrarse a través de los buscadores o accediendo directamente a http://www.princeton.edu/~harman/Papers/Situ.pdf.

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