martes, 12 de febrero de 2013

Hipótesis y duda

Habita esta redacción un perro más grande que sensato (pues los perros también pueden ser sensatos, o no serlo) que durante un buen tiempo ha desquiciado a cajistas, copistas, redactores y correctores jugando con los tipos, comiéndose los lápices y ladrando persistentemente al cartero. Nuestro amigo, sin embargo, se ha ido tranquilizando y un buen día uno de los redactores se atrevió a dejarlo correr, suelto, por el parque. Ahora le suelta cada día y el perro corre, persigue a sus congéneres y vuelve a la redacción dispuesto no a comerse los artículos sino a tumbarse entre las resmas de papel. ¿Y cómo es posible, se preguntarán, que a nadie se le hubiera ocurrido antes? Pues bien, lo cierto es que a muchos se les había ocurrido, pero al hacerlo se arrepentían de su idea, pues inmediatamente el perro se iba, vlvía, ladraba a los inocentes transeuntes y asustaba a los niños. Fue necesario que el tiempo trajera un mínimo de tranquilidad para poder dejarle correr, y esta posibilidad es la que le ha dado autonomía para correr, y eso ha permitido que libere energías y aumente su tranquilidad en un círculo virtuoso (de virtud canina, por supuesto).


* * *

Resulta que hay por ahí algunos psicólogos y filósofos que afirman que el contexto en el que nos encontramos determina nuestra acción. Appiah*, por ejemplo, presenta una curiosa historia, la de unos seminaristas que tienen que acudir a toda prisa a una importante conferencia y se encuentran por el camino a un hombre que pide ayuda. Este hombre, por supuesto, es una trampa dispuesta por arteros filósofos que quieren experimentar con ellos, y demuestran que en esta situación la actitud ética de los seminaristas se hunde en picado.  

* * *

Allá va la hipótesis: nuestra sociedad nos contra-estimula sistemáticamente, produciendo situaciones que boicotean nuestra (posible) intención de comportarnos éticamente. Ejemplo: Comemos demasiada carne, lo que nos lleva a justificarnos (ideología en sus términos más básicos) afirmando un derecho a disponer sin límites de la vida de los animales, los que nos lleva a instrumentalizarlos hasta el punto de construir toda una industria alimentaria inhumana y bestial que, desde un punto de vista ético, rechazaríamos.

Y allá va la duda: ¿dónde encontraremos ese poquito de paz, esa virtud que permitió a nuestro perro convertirse en un cariñoso y apacible compañero? ¿de dónde sacaremos el punto de apoyo para una arquimédica palanca ética?


*Appiah, Kwame Anthony. Experimentos en ética. Madrid: Katz, 2010.

No hay comentarios:

Publicar un comentario