Habita esta redacción un perro más grande que sensato
(pues los perros también pueden ser sensatos, o no serlo) que
durante un buen tiempo ha desquiciado a cajistas, copistas,
redactores y correctores jugando con los tipos, comiéndose los
lápices y ladrando persistentemente al cartero. Nuestro amigo, sin
embargo, se ha ido tranquilizando y un buen día uno de los
redactores se atrevió a dejarlo correr, suelto, por el parque.
Ahora le suelta cada día y el perro corre, persigue a sus
congéneres y vuelve a la redacción dispuesto no a comerse los
artículos sino a tumbarse entre las resmas de papel. ¿Y cómo es
posible, se preguntarán, que a nadie se le hubiera ocurrido antes?
Pues bien, lo cierto es que a muchos se les había ocurrido, pero al
hacerlo se arrepentían de su idea, pues inmediatamente el perro se
iba, vlvía, ladraba a los inocentes transeuntes y asustaba a los
niños. Fue necesario que el tiempo trajera un mínimo de
tranquilidad para poder dejarle correr, y esta posibilidad es la que
le ha dado autonomía para correr, y eso ha permitido que libere
energías y aumente su tranquilidad en un círculo virtuoso (de
virtud canina, por supuesto).
* * *
Resulta que hay por ahí algunos psicólogos y filósofos que afirman que el contexto en el que nos encontramos determina nuestra acción. Appiah*, por ejemplo, presenta una curiosa historia, la de unos seminaristas que tienen que acudir a toda prisa a una importante conferencia y se encuentran por el camino a un hombre que pide ayuda. Este hombre, por supuesto, es una trampa dispuesta por arteros filósofos que quieren experimentar con ellos, y demuestran que en esta situación la actitud ética de los seminaristas se hunde en picado.
* * *
Allá va la hipótesis: nuestra sociedad nos contra-estimula sistemáticamente, produciendo situaciones que boicotean nuestra (posible) intención de comportarnos éticamente. Ejemplo: Comemos demasiada carne, lo que nos lleva a justificarnos (ideología en sus términos más básicos) afirmando un derecho a disponer sin límites de la vida de los animales, los que nos lleva a instrumentalizarlos hasta el punto de construir toda una industria alimentaria inhumana y bestial que, desde un punto de vista ético, rechazaríamos.
Y allá va la duda: ¿dónde encontraremos ese poquito de paz, esa virtud que permitió a nuestro perro convertirse en un cariñoso y apacible compañero? ¿de dónde sacaremos el punto de apoyo para una arquimédica palanca ética?
No hay comentarios:
Publicar un comentario