miércoles, 6 de febrero de 2013

Contemplación

Siempre la claridad viene del cielo;
es un don: no se halla entre las cosas [...]
Esto es lo que nos dice Claudio Rodríguez. Nosotros, por nuestra parte, hemos querido en estos días inciertos, detenernos, demorarnos, en páginas que no corresponden a lo político - pero son políticas - y no pertenecen a lo filosófico - pero son filosofía - sino que se encuentran en las estanterías de la literatura y se agrupan bajo la etiqueta de la poesía. De algún modo, la poesía alumbra con una luz más blanda, es luz que no incomoda, y hace que la mirada pueda ser conciliadora. Esta cualidad se nos hace imprescindible.

Decíamos la semana pasada que la razón ilustrada, la que produce Europa en su siglo de gloria, también puede ser unificadora, brutal, totalitaria, al mismo tiempo que emancipadora, autónoma y crítica. Esta razón, que tantas caras muestra, es como Jekyll y mr. Hyde: es la toma de la Bastilla y también es el Terror. 

En otro extremo, una razón múltiple, relativa, flexible, pero también acomodaticia y blanda, siempre negociadora y a veces tramposa. Entre ambos extremos podría estar un pensamiento, tal vez, lo suficientemente sutil y ágil, balsámico para las heridas y reconcialiador para las facciones. Y movilizador de conciencias y de manos. 

La claridad que nos dé esa lucidez no viene del cielo, sino que se haya entre las cosas, contrariamente a lo que dice Claudio Rodríguez. Pero habrá que buscarla como si mirásemos al cielo, cogiendo aire para no asfixiarnos. Como en una noche clara en un pinar. Aguardando.

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