En
un programa televisivo de cuyo nombre no queremos acordarnos, había
un hidalgo. Dicho hidalgo, para más señas ex-directivo de una
empresa de construcción afirmaba que el fin de la economía del
ladrillo se veía venir, y que el error fue negarse a verlo. Esta
forma de hacer como si no existieran las cosas que no queremos ver es
algo muy común, y se explica por un procedimiento psicológico bien
descrito, la disonancia
cognitiva: un sujeto se niega a aceptar una realidad -
desagradable, amenazadora, incómoda - y genera con ello una
discordancia entre aquello que no quiere aceptar y lo que no puede
evitar saber. La disonancia tiende a resolverse cuando el sujeto
modifica sus ideas sobre la realidad hasta el punto de hacerlas
coincidir con su deseo. Según Jon Elser - una vez más - los seres
humanos podemos hacer esto sin mayores problemas, y con una
frecuencia digna de mención.
Nuestro
exdirectivo, sin embargo, parece ir más allá. La realidad, en su
caso, se había cobrado justa venganza - y cruel, por añadidura -
por la distorsión a la que había sido sometida, dejándole en paro
y sin perspectivas, y sin embargo esto no le impedía añadir que,
pese a que la caída se veía venir, no se podía esperar que fuera
tan fuerte.
Podríamos
pensarlo así: avanzamos en un flamante vehículo por una pista
despejada; al fondo se ve un muro, pero optamos por pasarlo por alto
y seguir acelerando como si no hubiera nada. En realidad, si veíamos
el muro, ¿no podíamos predecir que el golpe sería tan como nos
empeñáramos en hacerlo al acelerar?
Hace
ya más de cuarenta años se publicó el informe Los
límites del crecimiento,
en aquellos mismos años el movimiento ecologista surgía con fuerza,
y en los mismos años algunos teóricos de la economía convencional
empezaron a avisar de la necesidad de un cambio de modelo que
asumiera los límites de nuestro entorno. Pocos años después, el
decrecimiento, muchos movimientos sociales e incluso algunos
políticos en ejercicio del gobierno han asumido el discurso del
autocontrol. Todo ello, sin embargo, no parece habernos convencido:
nuestra incapacidad para asumir límites nos lleva a una irremediable
disonancia y una fatal distorsión de nuestra capacidad para
interpretar la realidad.
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