lunes, 3 de diciembre de 2012

Problemas con los límites

En un programa televisivo de cuyo nombre no queremos acordarnos, había un hidalgo. Dicho hidalgo, para más señas ex-directivo de una empresa de construcción afirmaba que el fin de la economía del ladrillo se veía venir, y que el error fue negarse a verlo. Esta forma de hacer como si no existieran las cosas que no queremos ver es algo muy común, y se explica por un procedimiento psicológico bien descrito, la disonancia cognitiva: un sujeto se niega a aceptar una realidad - desagradable, amenazadora, incómoda - y genera con ello una discordancia entre aquello que no quiere aceptar y lo que no puede evitar saber. La disonancia tiende a resolverse cuando el sujeto modifica sus ideas sobre la realidad hasta el punto de hacerlas coincidir con su deseo. Según Jon Elser - una vez más - los seres humanos podemos hacer esto sin mayores problemas, y con una frecuencia digna de mención.

Nuestro exdirectivo, sin embargo, parece ir más allá. La realidad, en su caso, se había cobrado justa venganza - y cruel, por añadidura - por la distorsión a la que había sido sometida, dejándole en paro y sin perspectivas, y sin embargo esto no le impedía añadir que, pese a que la caída se veía venir, no se podía esperar que fuera tan fuerte.

Podríamos pensarlo así: avanzamos en un flamante vehículo por una pista despejada; al fondo se ve un muro, pero optamos por pasarlo por alto y seguir acelerando como si no hubiera nada. En realidad, si veíamos el muro, ¿no podíamos predecir que el golpe sería tan como nos empeñáramos en hacerlo al acelerar?

Hace ya más de cuarenta años se publicó el informe Los límites del crecimiento, en aquellos mismos años el movimiento ecologista surgía con fuerza, y en los mismos años algunos teóricos de la economía convencional empezaron a avisar de la necesidad de un cambio de modelo que asumiera los límites de nuestro entorno. Pocos años después, el decrecimiento, muchos movimientos sociales e incluso algunos políticos en ejercicio del gobierno han asumido el discurso del autocontrol. Todo ello, sin embargo, no parece habernos convencido: nuestra incapacidad para asumir límites nos lleva a una irremediable disonancia y una fatal distorsión de nuestra capacidad para interpretar la realidad.

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