Hace unos años, más o menos a
principios de la pasada década, surgió una nueva corriente,
etiqueta o simplemente orientación académica, la filosofía de la
experiencia, que trataba de reactivar el vínculo entre la filosofía
y las disciplinas experimentales. Con ello, algunos filósofos
pretendían agrupar y analizar conjuntamente los datos empíricos
procedentes de ciencias cognitivas, psicología, sociología, y
añadían a todo esto un interés - muchas veces inédito para los
filósofos – por las opiniones y el conocimiento de las personas
ajenas a la jerga de lo académico, lo que se ha venido etiquetando
como la “psicología popular”.
Además, han aparecido aquí y allá
pensadores que agrupan saberes provenientes de diversos ámbitos con
la manifiesta intención de fundir lo filosófico y lo científico.
Así, el primatólogo, etólogo y filósofo Frans de Waal, o el
entomólogo, biólogo y teórico social Edward O. Wilson. O, en
nuestro ámbito, Jorge Riechmann, poeta, ecólogo y filósofo.
No deja de resultar extraño que,
tras la ultraespecialización que se desarrolló el ámbito
científico en el siglo XX, aparezcan atisbos de una actividad
intelectual que pretende ampliarse y ganar una perspectiva más
amplia. Hemos hablado ya en alguna otra entrada de la importancia de
superar una razón instrumental – que en nuestros días toma la
forma de un pensamiento economicista y totalizador – para desbordar
la noción de la inteligencia humana como instrumento para resolver
problemas y generar una razón capaz de problematizar nuestros
objetivos como individuos y como miembros de una sociedad.
Este proceso incluiría, nos parece, la superación de un conocimiento especializado hasta tal punto que, en paralelo con la razón instrumental, se vuelve incapaz de abordar los fines, por los mismos motivos por los que ha llegado a constituirse como un mecanismo de enorme potencia en la producción de soluciones y desarrollos para la tecnociencia. Tan específica ha llegado a ser la investigación que se ha vuelto miope: resuelve complejísimos problemas de ingeniería genética pero apenas podría balbucear algunos tópicos si se le preguntara por la relación entre el ser humano y las plantas que le alimentan. En contraposición, la línea que amplía ámbitos y saberes para esbozar una razón más crítica y un conocimiento más humano parece hoy día una rareza que puede servir para atacar una de las mayores incapacidades de nuestra sociedad, la miopía que nos impide observar y discutir nuestros propios objetivos.
Este proceso incluiría, nos parece, la superación de un conocimiento especializado hasta tal punto que, en paralelo con la razón instrumental, se vuelve incapaz de abordar los fines, por los mismos motivos por los que ha llegado a constituirse como un mecanismo de enorme potencia en la producción de soluciones y desarrollos para la tecnociencia. Tan específica ha llegado a ser la investigación que se ha vuelto miope: resuelve complejísimos problemas de ingeniería genética pero apenas podría balbucear algunos tópicos si se le preguntara por la relación entre el ser humano y las plantas que le alimentan. En contraposición, la línea que amplía ámbitos y saberes para esbozar una razón más crítica y un conocimiento más humano parece hoy día una rareza que puede servir para atacar una de las mayores incapacidades de nuestra sociedad, la miopía que nos impide observar y discutir nuestros propios objetivos.
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