miércoles, 17 de octubre de 2012

El lenguaje y lo real

Para muchos filósofos, hay una línea que separa la realidad como totalidad de lo que existe y el mundo tal y como lo percibimos. Esta es la frontera que subyace a los conceptos de fenómeno y noumeno en Kant: el noumeno es una categoría hipotética, la de la realidad absoluta que los seres humanos no podemos percibir, sólo conjeturar. El fenómeno es lo que percibimos con nuestros limitados medios. Una estructura paralela a la de las Ideas platónicas frente al mundo sensible, aunque existan muchas diferencias entre ambos modelos teóricos. Y una distinción que, a grandes rasgos, también podemos encontrar en Nietzsche, que, en la interpretación de Sánchez Meca*, asume la superioridad del universo y establece el lenguaje como herramienta que categoriza la inmensidad de lo real para comprenderla, aunque sea parcialmente. 

Estas fronteras entre lo real y lo que humanamente podemos conocer podrían ponerse en relación - y, posiblemente con grandes rendimientos - con aportaciones psicológicas, lingüísticas, o neurológicas sobre el conocimiento. Sin embargo, en este ámbito nuestro de la política y las políticas, nos importa señalar un punto más elemental: tal y como somos capaces de percibir, la realidad es inmensa. Lo que hacemos las personas es, por lo tanto, etiquetar y describir categorías para poder manejar una parte de lo real. 

¿Por qué habría de importarnos todo esto? Porque esta modesta forma de nombrar una realidad que nos supera tiene una mediación forzosamente lingüística. Las porciones de realidad con las que operamos, con las que designamos hechos y objetos - tanto físicos como abstractos - están instrumentadas lingüísticamente, y se producen en contextos públicos que incorporan la creatividad y la productividad de los hablantes. El lenguaje, instrumento social de conocimiento, determina nuestro conocimiento del mundo. 

En otra entrada hemos hablado de la importancia de desarrollar una terminología para controlar nuestro discurso y tratar de que sea auténticamente nuestro. Y tirando de este hilo y de la idea del lenguaje como generador de la realidad, encontraríamos que el dominio, la recuperación de nuestras palabras, no sólo es necesaria para tener un discurso propio, sino que está en el centro de cualquier proyecto ideológico, porque determina, junto a nuestro discurso, nuestro mundo.

*Nietzsche: la experiencia dionisíaca del mundo, Madrid, Tecnos, 2005, 2ª edición, 2006

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