Para muchos filósofos, hay una línea que separa la
realidad como totalidad de lo que existe y el mundo tal y como lo
percibimos. Esta es la frontera que subyace a los conceptos de
fenómeno
y noumeno
en Kant: el noumeno es una categoría hipotética, la de la
realidad absoluta que los seres humanos no podemos percibir, sólo
conjeturar. El fenómeno es lo que percibimos con nuestros limitados
medios. Una estructura paralela a la de las Ideas platónicas frente
al mundo sensible, aunque existan muchas diferencias entre ambos
modelos teóricos. Y una distinción que, a grandes rasgos, también
podemos encontrar en Nietzsche, que, en la interpretación de Sánchez
Meca*,
asume la superioridad del universo y establece el lenguaje como
herramienta que categoriza la inmensidad de lo real para
comprenderla, aunque sea parcialmente.
Estas fronteras entre
lo real y lo que humanamente podemos conocer podrían ponerse en
relación - y, posiblemente con grandes rendimientos - con
aportaciones psicológicas, lingüísticas, o neurológicas sobre el
conocimiento. Sin embargo, en este ámbito nuestro de la política y
las políticas, nos importa señalar un punto más elemental: tal y
como somos capaces de percibir, la realidad es inmensa. Lo que
hacemos las personas es, por lo tanto, etiquetar y describir
categorías para poder manejar una parte de lo real.
¿Por qué habría de
importarnos todo esto? Porque esta modesta forma de nombrar una
realidad que nos supera tiene una mediación forzosamente
lingüística. Las porciones de realidad con las que operamos,
con las que designamos hechos y objetos - tanto físicos como
abstractos - están instrumentadas lingüísticamente, y se producen
en contextos públicos que incorporan la creatividad y la
productividad de los hablantes. El lenguaje, instrumento social de
conocimiento, determina nuestro conocimiento del mundo.
En otra
entrada hemos hablado de la importancia de desarrollar una
terminología para controlar nuestro discurso y tratar de que sea
auténticamente nuestro. Y tirando de este hilo y de la idea del
lenguaje como generador de la realidad, encontraríamos que el
dominio, la recuperación de nuestras palabras, no sólo es necesaria
para tener un discurso propio, sino que está en el centro de
cualquier proyecto ideológico, porque determina, junto a nuestro
discurso, nuestro mundo.
*Nietzsche: la experiencia dionisíaca del mundo, Madrid, Tecnos, 2005, 2ª edición, 2006
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