Las elecciones locales están abriendo
muchas cuestiones que hasta hace poco estaban cerradas y ocultas por
una dinámica política e institucional opaca. Esto parece, a simple
vista, una verdad evidente, pero se pone de manifiesto con especial
crudeza en procesos municipalistas – la oleada de “Ganemos” que
está abriéndose paso, con mayor o menor legitimidad a lo largo del
estado – en los que, junto a militantes y organizaciones políticas,
están trabajando muchos activistas locales que en muchos casos
provienen de años de lucha de base, y por lo tanto llegan con una
experiencia diferenciada respecto al clásico saber hacer de los
partidos de izquierda con representación institucional.
En primer lugar, hay que celebrar que
el llamado sector autónomo haya sido capaz de alargar el paso para
llegar, desde sus posturas de acción directa, trabajo de base y
cooperación, hasta la lucha política, porque las dinámicas de la
participación en colectivos son un mecanismo de trabajo directo pero
tienen el riesgo de incurrir en un aislamiento que sólo puede llevar
a planteamientos políticos autorreferenciales. Es cierto que se
pueden llegar a establecer lazos entre los distintos proyectos y que,
en el mejor de los casos, pueden llegar a funcionar como vasos
comunicantes. Pero también hay que reconocer que esos vasos
comunicantes suelen ser sistemas cerrados, y desde esos sistemas
cerrados es muy difícil, cuando no imposible, llegar a comunicarse
con el conjunto de la sociedad. Esto había llevado a una situación
en la que los entramados asociativos y vecinales se construían con
pequeños éxitos y dinámicas que a veces eran impecables en lo
social y en lo político, pero sólo llegaban a lo que podríamos
llamar “micropolítica” del barrio. Mientras, la mayoría de la
sociedad era ajena a sus luchas, vivía resignada a una política que
se cerraba en lo institucional y no ofrecía ninguna brecha para el
cambio.
La contraparte de este paso adelante
del sector autónomo debe ser la generosidad – tantas veces citada
– y también la inteligencia de las izquierdas alternativas, sus
socios naturales en la creación de plataformas ciudadanas que
disputen los gobiernos locales a los partidos mayoritarios. No hay
que olvidar que esta disputa se va a enmarcar en un contexto mucho
más grande, el de la disputa entre los partidos que vienen
controlando la política española desde la transición y aquellos
que pretenden renovarla. Si realmente se creen la necesidad de una
renovación profunda, esta renovación debe configurarse a través de
la ruptura con lo anterior. Como señala Emmanuel Rodríguez en
las páginas de este mismo periódico, el referente clave es la
transición, y “Cualquier proyecto de cambio político real tiene
que considerar esta época si quiere atinar el tiro y modificar las
bases culturales e institucionales del ordenamiento político”. Si
queremos hacer otra política tendremos que salir de las dinámicas
políticas – las relaciones, los conceptos, los aprendizajes –
que se generaron en aquellos años. Esto significa, entre otras
cosas: cortar con la política de Estado y poner en su lugar la
política de comunidades y sectores sociales, para acabar con las
esquizofrenia política según la cual podemos llegar a encontrarnos,
y de hecho, nos encontramos a cada paso, con políticas que son
nefastas para la inmensa mayoría de la población pero son
innegociables para la estabilidad y el adecuado desarrollo del
Estado. Pero una política “de la gente”, de las clases
populares, no puede realizarse en el seno de organizaciones que han
funcionado durante décadas bajo la dirección de las clases
dominantes sin que se produzca una fuerte ruptura en las formas de
hacer con las que se dirigen.
Si queremos atacar la Transición, o,
para decirlo de forma menos polémica, si queremos atacar sus
nefastos resultados, tenemos que empezar por poner en marcha nuevas
conceptualizaciones de lo público. Una buena parte de ese objetivo
será fácil y es que la única ventaja de los cuarenta años de
derrotas de los proyectos alternativos es que la sociedad y sus
instituciones están tan arrasadas que el primer programa de ruptura
es fácil: recuperar derechos, reconstruir servicios, retejer las
relaciones sociales destruidas por el asedio neoliberal. En realidad,
basta con creerse buena parte de lo que está escrito en nuestro
ordenamiento jurídico, empezando por el título de Derechos y
Deberes de la Constitución, para comenzar a plantear una política
completamente distinta. Pero no todo será tan fácil. Hay que hacer
de otra forma para poder llegar a la guarida de la bestia y
comportarse de otra forma. No es extraño que entre las cuestiones
más discutidas en este periodo estén la revocabilidad de los
cargos, las consignas neozapatistas o la nueva institucionalidad: lo
complicado no es tanto saber qué queremos hacer como saber cómo
vamos a hacerlo, como vamos a evitar las cooptaciones, las
suplantaciones y las derivas institucionalistas que pervierten los
proyectos emancipadores.
Con este panorama, cada vez que los
partidos mayoritarios vuelven a provocar el miedo repitiendo las
consignas del riesgo, el adanismo y la falta de experiencia de
gobierno, los activistas y militantes que ahora asumen la
representación de la alternativa en los proyectos antagonistas
deberían frotarse las manos. Porque en último término, una buena
parte de lo que nos jugamos es precisamente eso: sacar del gobierno a
quienes solo tienen esa experiencia, la de gobernar como un
provechoso oficio que se ejecuta al servicio de las clases dominantes
herederas de la Transición. Y sustituirles por otros que no sólo
son distintos por sus siglas, sino que son diferentes desde la forma
en la que entran por la puerta de una oficina; de los que traen una
experiencia de trabajo colectivo y cuidado mutuo, de democracia
consensual, de necesidades compartidas y modestas; todo lo cual se
construye no sin trabajo y tiempo, no sin experiencia, pero sí con
otra experiencia. La
construcción de los proyectos antagonistas que se han ido
produciendo en el entramado social no carece de un aprendizaje; por
el contrario, implica un conocimiento directo del medio en el que se
desarrollan esos proyectos, y de las necesidades e intereses de las
gentes que habitan los municipios, con sus complicaciones
organizativas, sus tiempos y sus saberes. Lejos de la
experiencia del coche oficial, se trata de llevar a los ayuntamientos
este aprendizaje, el de la asociación de vecinos, de las
manifestaciones y del grupo de base.
No hay comentarios:
Publicar un comentario