martes, 23 de septiembre de 2014

Uno de los suyos

Seguramente hemos leído mucho sobre la compleja realidad social que describen los gurús de la posmodernidad, sobre las micropolíticas de aquel señor francés llamado Foucault que se ha acabado convirtiendo en el paradigma de intelectual contemporáneo y que fue capaz de rastrear los rastros de la dominación en entornos en los que hasta entonces poca gente los había buscado. Merece la pena, sin duda, aproximarnos a esas pistas, utilizar lo que en una entrevista ya al final de sus días denominaba "una caja de herramientas" para comprender el mundo, sobre todo porque entre esas herramientas había instrumentos que nos han permitido avanzar en las luchas contra el patriarcado, desenmascarar comportamientos clasistas y otras dominaciones cotidianas. Pero no debería hacernos olvidar la dominación a "escala macro".


Porque por otro lado está un conocimiento que aportan sobre todo psicólogos, antropólogos y sociólogos (pero también investigadores de otros campos, como es el caso de la neurociencia) sobre la tendencia humana a establecer grupos y configurar su comportamiento y sus relaciones en torno a la pertenencia a esos grupos, tanto en los ámbitos cotidianos como en los de mayor escala. El último tramo del siglo XX y el principio del XXI han traído una disolución social en la que el concepto de clase ha quedado desvirtuado, y los grupos en los que nos reconocíamos en el plano político social han sufrido mucho esta disolución. En otro texto escribíamos sobre el éxito que tuvo el término "casta" en la campaña electoral de Podemos de la pasada primavera, precisamente porque venía a aportar alguna categoría reconocible en la definición de lo político, al señalar al grupo socialmente dominante: lo que tradicionalmente veníamos llamando oligarquía. Pero ese término - que necesitará, además, muchos matices y desarrollos más allá de su explotación electoral - no elimina la necesidad de recuperar categorías sociales que nos permitan comprender el espacio que habitamos. 


El espacio que habitamos es un espacio de dominio en el que el grupo de poder está bien definido, funciona como una maquinaría poderosa y compacta y tiene un proyecto completo. Cierto es que la crisis viene a introducir muchos problemas en el desarrollo de ese proyecto, y que existen alternativas que están sabiendo aprovechar las grietas del sistema para construir un espacio que no sea de dominio, sino de cooperación y democracia. Pero no por ello debemos olvidar que la oligarquía sigue ahí, y está cerrando filas: la muerte del patriarca del Banco Santander, lo revela con claridad: lo han lamentado públicamente el presidente del Gobierno del Estado, sus altos cargos, el ex-presidente de un país como Brasil, los directivos de los grandes medios de comunicación e incluso los jerarcas de otros grupos financieros que teóricamente eran sus competidores; El País, el principal diario supuestamente progresista (sic) del Estado - en un ejercicio de grosera exhibición de su auténtico interés - ha puesto sus páginas a disposición de todos ellos para que el lamento y el elogio fúnebre sean públicos y celebrados. Nos es de extrañar, ha muerto uno de los suyos, y ellos siempre han tenido claro cual es su grupo. Las y los de abajo haríamos bien en tenerlo igual de claro.


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