Publicado originalmente en la web de Viento Sur: http://vientosur.info/spip.php?article9151
Tras las elecciones europeas en las que el panorama político ha sufrido un desplazamiento inesperado que abre enormes expectativas de cambio, Podemos ha comenzado a recibir críticas y ataques desde todos los puntos del sistema político y mediático convencional. Algunos de ellos son simplemente una descalificación que recurre a la difamación pura y dura, como la que pretende vincular la financiación de la fundación CEPS con la de Podemos – producida, y el dato nos parece muy relevante, en El País, que no deja de ser el periódico de referencia aunque su credibilidad vaya a la par de la del resto de agentes del sistema tradicional, esto es, en caída libre.
Tras las elecciones europeas en las que el panorama político ha sufrido un desplazamiento inesperado que abre enormes expectativas de cambio, Podemos ha comenzado a recibir críticas y ataques desde todos los puntos del sistema político y mediático convencional. Algunos de ellos son simplemente una descalificación que recurre a la difamación pura y dura, como la que pretende vincular la financiación de la fundación CEPS con la de Podemos – producida, y el dato nos parece muy relevante, en El País, que no deja de ser el periódico de referencia aunque su credibilidad vaya a la par de la del resto de agentes del sistema tradicional, esto es, en caída libre.
Pero hay también
otras cuestiones que se abren con más profundidad, entre ellas la
que afecta al término casta, que ha sido cuestionado desde muchos
ámbitos, incluyendo algunos de los que podrían considerarse más o
menos próximos a la iniciativa (por ejemplo, Alberto Garzón, en
declaraciones a Público.es
http://www.publico.es/politica/525111/alberto-garzon-yo-no-uso-el-termino-casta-porque-me-parece-muy-tramposo).
El concepto de casta, por supuesto, no está libre de un componente
equívoco y es difícil de acotar, pero eso no ha impedido que se
convierta en uno de los ejes centrales del discurso de la campaña,
ni que los activistas, militantes y simpatizantes se hayan
identificado con su uso con una rapidez sorprendente. A primera
vista, parece designar a una serie de miembros de la sociedad que han
ocupado las posiciones de dominio aprovechando las estructuras en
beneficio propio y de forma endogámica, pero es evidente que se
trata de una categoría porosa y difícil de restringir.
Si echamos la vista
atrás, el sustrato en el que parece haber brotado una iniciativa
como Podemos – y no sólo Podemos, sino también, aunque en menor
medida, para otros fenómenos como el ascenso de Izquierda Unida o el
surgimiento del Procès Constituent – es el movimiento 15M y los
movimientos que le dieron continuidad como las mareas, con su
reflexión política sobre la representación, nuestro modelo
concreto de representación y la ilegitimidad de los poderes que nos
gobiernan. En el maremágnum de movimientos y proclamas que se
escucharon aquellos días, uno de los de mayor peso era siempre el
repetido “que no nos representan”; otro, tomado del movimiento
norteamericano Occupy, era “we are 99%”. El término casta ha
venido precisamente a poner una etiqueta a esos individuos que ocupan
el poder pero no nos representan, a ese 1% que usurpa el poder. De
ahí una de las primeras razones de su éxito: con la designación de
la casta, el adversario tiene un nombre, se ha superado una
indefinición que la izquierda alternativa no acertaba a definir con
concreción y el 15M no se atrevía a nombrar, en su afán por
consolidar una crítica que evitara cualquier vestigio de política
convencional.
Con este paso no
sólo se le ha puesto nombre al enemigo, sino que se ha dado
continuidad a un conflicto. En los últimos años, desde el inicio de
la crisis, el estado había venido respondiendo a las demandas de la
ciudadanía con un discurso centrado en el carácter trágico de la
crisis, tratando de atribuir el drama de forma igualitaria en la
población, al margen de su situación; afirmaciones desgraciadamente
repetidas como “hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”
constituyen la forma que adquirió ese discurso que pretendía diluir
las responsabilidades entre todos y que no era más que otro intento,
pero a mayor escala, del funcionamiento típico del capitalismo
neoliberal: privatizar beneficios, socializar costes. Al acuñar el
término casta y emplearlo para señalar a aquellos que son culpables
de la crisis, se ha recuperado el acceso a una realidad que trataban
de escamotearnos, y es que la crisis no es culpa de todos y ni la
sufrimos todos, es culpa de unos pocos y la sufrimos todos los demás.
No estamos pasando una colectiva travesía del desierto, al
contrario: estamos purgando las usurpaciones de unos pocos. Estamos
en conflicto.
Aún falta un paso;
hasta aquí hemos visto como la idea de casta ayudaba a visibilizar
al adversario y a ponerle nombre a lo que nos está sucediendo, que
es un conflicto. Pero falta un componente fundamental: el nosotros.
Hasta ahora, el nosotros sólo se ha definido por vía negativa:
nosotros somos los que no son casta; para algunos, la ciudadanía,
para otros los ciudadanos, para otros el pueblo. Pero el único rasgo
de esa ciudadanía/ciudadanos/pueblo es no ser casta. Durante la
campaña electoral de las europeas esto ha parecido suficiente, pero
una vez superado el 25M con éxito, la cuestión de la definición ha
aflorado y se constituye como un tema fundamental. Creemos que hay
dos cuestiones que apuntar en torno a esto.
La primera es la
enorme potencialidad del grupo como fenómeno social. Desde una
perspectiva psico-social, el grupo es una entidad básica en la
psicología humana; los estudios muestran que algo tan simple como
hacer un experimento en el que a un grupo de personas se les asigna
un grupo aleatorio es suficiente para poner en marcha una serie de
condicionantes a favor de los miembros del propio grupo, tanto en el
plano del comportamiento como en el plano cognitivo1;
es decir, que no sólo tratamos mejor a los miembros de nuestra
comunidad, sino que llegamos a deformar la realidad, a percibirla a
través de un sesgo. Y es que nuestra tendencia social está
enraizada profundamente, como demuestran también los estudios con
primates2,
que evidencian una tendencia fuerte a establecer lazos internos en el
grupo y a construir la socialización en torno a estos lazos. Esta
necesidad de identificación colectiva ha sido desplazada
sistemáticamente por la posmodernidad, que, como explica Jameson3,
ha producido un tejido cultural en el que los sujetos apenas pueden
orientarse y en la que los proyectos colectivos no tienen lugar. En
un mundo de individuos que producen y consumen, ser un proletario, un
militante o un miembro de un colectivo marginal no tenía sentido.
Aquí, una vez más, la cuestión de la casta venía a dar una salida
rápida, un golpe de mano entre disquisiciones teóricas demasiado
complejas. El discurso de la casta venía a decir: ellos son el
adversario, nosotros somos todos los demás, el conflicto es que
usurpan lo nuestro.
Esta cuestión
enlaza con el segundo aspecto que queríamos apuntar, la centralidad
de la cuestión del nosotros en el plano ético. No se trata
de una cuestión teórica: cualquier política que se pretenda
decente tendrá, necesariamente, que ser una ética de lo colectivo,
tendrá que ser una ética/política. En ella, el nosotros
será una cuestión central porque, como hemos visto, condiciona la
percepción de la realidad al igual que el comportamiento. Creemos
que en buena parte de los conflictos de Podemos lo que ha surgido es
precisamente ese problema, el problema del nosotros, y en
buena parte de los círculos, ante una propuesta más o menos
controvertida, las reacciones han venido a dejar ver ese problema a
través de la introducción de rivalidades internas; expresiones como
“lo que ellos dicen”, “lo que ellos quieren” venían a
sustituir al nosotros que había estado implícito en el
funcionamiento de los círculos en casi toda la campaña.
Riechmann4
y otros autores han reflexionado en los últimos años sobre una
cuestión paralela, la de la inclusión de los animales en la esfera
moral. Este tema, en principio ajeno al debate sobre la configuración
de un movimiento político, puede iluminarnos por su esfuerzo en
configurar una ética que asuma las necesidades y capacidades de los
sujetos que intervienen en lo ético con una voluntad inclusiva. A
diferencia del caso de los animales, en la actividad política humana
todos estamos en igualdad de condiciones, y la construcción del
nosotros debe abarcar la necesidad de establecer desde esa igualdad
unos rasgos comunes en los que todos nos encontremos con más
seguridad, con más firmeza que en el simple “no ser casta”. El
nosotros de los humanos siempre tiene una doble cara: es inclusivo
porque establece los vínculos de la comunidad, pero es exclusivo
porque al hacerlo deja fuera a quienes no comparten esos vínculos.
El esfuerzo de Riechmann tiene el gran mérito de establecer
distintos rangos que hacen posible la inclusión diferenciada, y el
nosotros de Podemos deberá ser capaz de hacer algo similar: ser lo
suficientemente definitorio como para permitir la identificación y
lo suficientemente abierto como para constituirse como inclusivo.
Hasta el momento, sólo tenemos claro el adversario y el conflicto,
ahora se abre la posibilidad y la necesidad de construir un nosotros
sólido y abierto.
1Aronson,
E. El animal social. Madrid: Alianza, 2000
2Waal,
F. Primates y filósofos. Barcelona, Paidós, 2007.
3Jameson,
Fredric. El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo
avanzado. Barcelona: Paidós, 1991
4Riechmann,
J. Un mundo vulnerable. Madrid:
Catarata, 2000, y también en el resto de su Pentalogía de la
autocontención, de la que este es el primer volumen, y en otros
trabajos.
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