Artículo publicado en http://vientosur.info
Hace unos días Jorge
Riechmann publicaba en esta misma web un
artículo en el que contaba una peculiaridad de sus desayunos y
la relacionaba con lo que la filosofía experimental nos cuenta sobre
el comportamiento humano. Esta corriente, que pretende recuperar una
perspectiva empírica del conocimiento filosófico frente a lo que
han dado en llamar filosofía de sillón – aquella que tiene un
carácter fuertemente especulativo – llama la atención, entre
otras cosas, sobre la importancia de los contextos en los que
desarrollamos nuestra actividad diaria, y muestra que esos contextos
condicionan nuestro comportamiento. Es famoso el
artículo de Anthony K. Appiah en New York Times explicando como
dos cuestiones que, a efectos teóricos, deberían tener el mismo
tratamiento, acaban evidenciando posicionamientos morales
sistemáticamente diferentes. Appiah toma este experimento de la
tesis
doctoral de Joshua Knobe1,
un investigador norteamericano que aborda estos temas y concluye con
la sorprendente tesis de que lo normativo, las consideraciones sobre
lo que debe ser, son importantes en el razonamiento práctico e
incluso modifican nuestra percecpción de la realidad en aspectos
que, en teoría, no se refieren específicamente a valores morales.
Lo normativo, según el texto de Knobe, se mezcla en nuestros
juicios, tanto si son normativos como si no pretenden embarrarse en
complejidades éticas, tanto si lo queremos como si no. Como dice
Riechmann en Interdependientes y ecodependientes2,
somos seres normativos, y esa parece ser una de las conclusiones que
la filosofía experimental – aunque no sólo esta corriente –
puede
ofrecernos como conclusión ética y política.
Riechmann
pone en relación la importancia de los contextos, con sus normas
implícitas o explícitas, con las teorías institucionalistas, y
esta relación le lleva a afirmar que “con otras reglas de juego,
emergen propuestas que apuntan al bien común, en lugar de la defensa
a ultranza de los intereses individuales o corporativos”, y uno no
puede menos que estar de acuerdo. Desde esta perspectiva es fácil
tener la tentación de pensar que se trata de encontrar las
estructuras organizativas adecuadas para encontrar la vía hacia el
perfeccionamiento ético y político, pero frente a esto se encuentra
el hecho – constatado
por las ciencias sociales y especialmente por la teoría marxista –
de que los seres humanos está fuertemente determinados por sus
entorno social, lo cual además esta reforzado por la importancia de
los contextos que hemos señalado a partir de la filosofía
experimental. Riechmann
se plantea sin ingenuidades si con todo esto
encontramos
una puerta abierta y sin obstáculos para la transformación humana,
y se responde que no. También en esto parece impensable estar en
desacuerdo, pues, como afirma en su texto, quedan abiertas la
cuestiones de la puesta en marcha de esas organizaciones adecuadas
que deben articular el cambio: ¿cómo cambiaremos desde una
sociedad, desde unos contextos sociales que nos incitan a mantenernos
en comportamientos escasamente éticos? Se trataría, en otras
palabras, de salir de una dinámica de círculos viciosos para entrar
en una nueva dinámica de círculos
virtuosos, pero
para ello necesitamos encontrar un punto de apoyo, ya sea en hombre
nuevos, en instituciones nuevas, en nuevas formas de organización.
Podríamos barruntar que el camino hacia este punto de apoyo ha de
andar forzosamente en la recuperación de la importancia de lo
colectivo, en tanto que, si como individuos estamos tan fuertemente
condicionados que nuestra capacidad de regeneración ética y
política se ve limitada, entonces habrá que recurrir a instancias
más amplias que nos permitan abrir las discusiones y llevar las
conclusiones al terreno de lo compartido, terreno del cual cada
individuo debe poder sacarlas y discutirlas, y al que debe
devolverlas para reabrir la discusión. Habrá
que traer, en resumen, la dialéctica al terreno concreto de lo ético
y político.
Y
en estos temas vuelve a interesarnos la filosofía experimental, esta
vez por su aproximación a lo neurobiológico. Desde este campo,
muchos investigadores han tratado de establecer las formas de
funcionamiento de la estructura neurológica del ser humano y han
extraído conclusiones, enlazando, en las investigaciones más
lúcidas, los conocimientos de esta disciplina con los de la ética,
la psicología, la antropología, etc3.
Para este punto, nos interesan especialmente tres
cuestiones; por una parte, la neurobiología nos dice con cierta
seguridad que, si bien el aprendizaje de pautas de comportamiento es
lento y su modificación, especialmente cuando se supera la edad
infantil, puede ser muy lenta, no es imposible, sino que, muy por el
contrario, la estructura neurobiológica del ser humano muestra una
flexibilidad que los científicos no esperaban encontrar, así que
aunque sea un trabajo arduo e incluso penoso, la autoconstrucción
siempre es posible. Por otra parte, Kathinka Evers4
define la
especie humana como “xenófobos empáticos”, términos con lo que
trata de sintetizar nuestra agresividad espontánea frente a grupos
sociales ajenos al nuestro y nuestra capacidad para desarrollar
actitudes empáticas que nos permiten justamente compensar la
xenofobia.
También de aquí parece deducirse una naturaleza dotada de unas
tendencias exclusivas y hostiles pero capacitada para educarse y
mejorar, siempre que se den los contextos adecuados y la voluntad de
acometer este trabajo que, como señalábamos más arriba, puede ser
complejo y largo. La
tercera cuestión
que nos importa es que existe en la comunidad científica un cierto
acuerdo en torno al
hecho de
que lo social es determinante en nuestro desarrollo neurobiológico,
que lo social es clave en nuestra construcción cognitiva, en nuestra
definición como personas.
Y
una vez más,
este posicionamiento viene a coincidir con el
texto de Riechmann cuando afirma que hay que admitir que el principio
de la autoconstrucción moral tiene que reconocer que lo individual y
lo colectivo “están relacionados entre sí por bucles
de realimentación”.
Engancharse a estos bucles con la fuerza suficiente para modificarlos
parece tarea, a nuestros ojos, de organizaciones de lo compartido, y
esto pasa por asumir con Almudena Hernández5
que la individualidad es un mito y que la socialidad humana y su
vertiente normativa exigen lo comunitario, siempre, de uno
u otro modo.
Al mismo tiempo, como quien no quiere la cosa, la filosofía
experimental nos
puede aportar una enseñanza tal
vez menos académica: la dependencia contextual que evidencian los
experimentos psicológicos, y la dependencia física que nos muestra
la neurobiología, son una llamada de atención que nos pone en negro
sobre blanco los límites de la tan llevada y traída libertad. Por
así decirlo, nos ponen en nuestro sitio. Y ese sitio parece ser el
de un animal limitado, dependiente del entorno físico
y social,
y de su propio cuerpo, un
animal
trabajosamente mejorable. Y este trabajo modestísimo de mejora y
autoconstrucción es tarea, nos parece, revolucionaria.
1Joshua
Knobe. Folk psycology, folk morality. Princeton: Princeton
University, 2006.
2Jorge
Riechmann. Interdependientes y ecodependientes.
Ensayos desde la ética ecológica (y hacia ella). Barcelona:
Proteus, 2012.
3Pasamos
por alto los intentos de reducir todo el comportamiento humano al
resultado de los procesos físico-químicos que se producen en el
cerebro, ya que esta orientación reduccionista, que tuvo cierto
impacto en los años ochenta, ha sido progresivamente desechada por
la práctica totalidad de neurocientíficos.
4Kathinka
Evers. Neuroética. Cuando la materia se despierta. Madrid:
Katz, 2012.
5Almudena
Hernando. La fantasía de la individualidad. Sobre la
construcción sociohistórica del sujeto moderno.
Madrid: Katz, 2012,
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