lunes, 1 de octubre de 2012

Notas sobre la ecología como lujo de la burguesía

Circula por la red un texto del cual un amigo cercano extrajo la siguiente cita:
"La ecología no es únicamente la lógica de la economía total, es también la nueva moral del Capital. El estado de crisis interna del sistema y el rigor de la selección que está teniendo lugar son tales que se hace necesario un nuevo criterio en nombre del cual llevar a cabo semejantes elecciones. A lo largo de todas las épocas, la idea de virtud no ha sido nunca más que una invención del vicio. De no ser por la ecología, no se podría justificar la existencia hoy en día de dos ramos de alimentación, uno “sano y biológico” para los ricos y sus niños, otro notoriamente tóxico para la plebe y sus retoños abocados a la obesidad. La hiper-burguesía planetaria no sabría hacer pasar por respetable su tren de vida si sus últimos caprichos no fueran escrupulosamente “respetuosos con el medio ambiente”. Sin ecología, nada seguiría teniendo suficiente autoridad para acallar toda objeción a los progresos exorbitantes del control." 

El texto en cuestión es La rebelión que viene, que en España se puede encontrar edición de Melusina1; la edición original en Francia, con autoría atribuída al Comité Invisible, ha sido tremendamente polémica, en parte por dudosas (sic) actuaciones del Ministerio del Interior de Francia contra sus supuestos autores, y en parte por el discurso de la obra. Pero nos vamos a quedar en una mera anotación a la cita que nuestro amigo puso en circulación con evidente espíritu polemista.

La ecología, de acuerdo al texto, sería una versión ideológicamente moralizada del capital, necesitado, según parece, de una legitimación en términos éticos. Frente a esto, querríamos señalar lo siguiente: de un modo general, se podría decir que el capitalismo, tal y como viene desarrollándose en Occidente, está fuertemente unido a eso que llamamos “democracia liberal”. Si hay algo que caracterice a este sistema compuesto de capitalismo-democracia liberal, es su multiformidad, su adaptabilidad, que le ha permitido asumir casi cualquier manifestación social y cultural, por ejemplo, el ecologismo. La lógica que permite la absorción de estos fenómenos es muy simple: si algo se convierte en un concepto positivo, se puede asociar a una producción de bienes o servicios convirtiéndose inmediatamente en un valor añadido, esto es, en una ventaja comercial, en una incitación al consumo. De hecho, el capitalismo necesita este tipo de aportaciones, dado que su lógica interna exige la renovación constante de la oferta para mantener la demanda viva.

Esta capacidad adaptaticia puede llegar a plantearse como una disyuntiva brutal: si cualquier alternativa al sistema de consumo capitalista es asumida por el propio sistema, entonces no hay alternativa posible. El capitalismo se convierte así en un enemigo todopoderoso, puesto que ante cualquier disidencia despliega una capacidad de adaptación que le habilita para superarla sin ni siquiera entrar en conflicto, puesto que su procedimiento es la absorción, y no la lucha.

Hasta aquí estaríamos en una ratificación de la crítica a la ecología que subyace al texto – y a muchos otros discursos críticos. Pero hay otras posibilidades más allá de esta disyuntiva, que oculta las múltiples posibilidades alternativas. Es cierto que, cuando una gran superficie comercial pone en venta una línea de productos ecológicos, uno puede sospechar que lo que está haciendo es emitir una marca que sus consumidores utilizarán para “hacer pasar por respetable su tren de vida”. Pero también existen proyectos realmente alternativos, y ejemplos de quienes se han liado la manta a la cabeza y están criando patatas en un trozo de tierra perdido sin recurrir a distribuidores especializados, a técnicas agresivas o a recursos financieros convencionales. Esto no quiere decir que esos proyectos sean ajenos al capitalismo en términos absolutos, pero sí en términos relativos: esto es, en la medida de lo posible, tratando de abarcar todo lo posible. Hay una parte que está implicada en el capitalismo, ya que este es el sistema dominante, pero, ¿quiere esto decir que una persona que pretenda probar alternativas debe renunciar a ello porque no puede hacerlo en un contexto puro e inmaculado, como al margen del pecado original?

Vamos a introducir una comparación. La literatura es un fenómeno netamente burgués, producido en su mayor parte por escritores que ocupan posiciones socialmente relevantes. ¿Quiere esto decir que el trabajador debe renunciar a la literatura porque acogerse a ella es aburguesarse? Nos atreveríamos a decir que no: puesto que los trabajadores mantienen con su labor diaria el sistema que permite la creación de literatura, la literatura les pertenece y tienen derecho a cogerla con sus propias manos. Así con cualquier producto del capital.

Lo que apunta la cita que da origen a esta entrada es la posibilidad de que el capitalismo convierta en ideología, en términos marxistas, cualquier fenómeno social o cultural, en este caso, el ecologismo. Muchos podemos tener sospechas bien fundadas de que eso está sucediendo. Pero existe además la posibilidad de desarrollos alternativos, y estos recurrirán en mayor o menor medida a los medios organizativos, tecnológicos, logísticos, del capital. Lo que debería preocuparnos es que los proyectos en los que de una o otra forma colaboramos tengan una vocación y realización radicalmente alternativa, pero no que utilicen subsidiariamente sus estructuras, puesto que estas se construyen a costa de todos los que voluntaria o involuntariamente estamos dentro del sistema, y por lo tanto nos pertenecen, como, según reza el poema de Miguél Hernández, pertenecen los olivos a los aceituneros.

1 comentario:

  1. Completamente de acuerdo. Nada que comentar, excepto que los aceituneros también pertenecen a los olivos.

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