miércoles, 31 de octubre de 2012

Política e instituciones

Poco después del 25-S, y unos días antes de la convocatoria de huelga general para el próximo 14 de noviembre, Belén Barreiro, presidenta del CIS durante la segunda legislatura de Zapatero y socióloga de prestigio con gran influencia en el entorno del PSOE, publicaba en El País un artículo a propósito de la crisis política y económica generaliza en el estado español. A Barreiro parece preocuparle la distancia que se ha establecido entre las instituciones y los ciudadanos, especialmente porque afecta a todas las instituciones en lo que se refiere a credibilidad. Este descrédito tiene su origen en la creencia de que los efectos de la crisis no han sido distribuidos con equidad, y en la percepción de que "la opinión de los ciudadanos ha contado demasiado poco". Todo ello, unido al crecimiento de la pobreza, desemboca en una fractura social, y lleva a Barreiro a formular una advertencia: las instituciones políticas y económicas deberían darse por aludidas, y recordar que puede llegar un momento en el que los ciudadanos no tengan nada que perder en una confrontación con dichas instituciones.

Otro insigne académico, Gabriel Tortella, publicó, en el mismo diario, allá por 2006, un artículo titulado "Demasiada democracia". No nos enredaremos detallando sus argumentos: simple y llanamente, Tortella afirma que la democracia está viciada por su dependencia de las incoherencias sistemáticas que cometemos las personas al tomar decisiones colectivas y, por lo tanto, el sistema debería modificarse para fortalecer las instituciones que están al margen de la política, dirigiéndose a un modelo en el que no se avanza en democracia sino que, por el contrario, reduce la cuota de poder democrático.

Lo curioso, y lo que nos hace relacionar ambos artículos, es la peculiar concepción que sus autores establecen entre política e instituciones. En el artículo de Barreiro parece subyacer la idea de que instituciones y democracia van forzosamente juntas, como si sólo las instituciones pudieran hacer política; entonces, es lógico que se preocupe por el descrédito de las mismas. Sin embargo, su artículo no menciona en ningún momento la democratización de estas entidades, sino la recuperación de su credibilidad. Para Tortella, en cambio, las instituciones son lo opuesto a la política, y deberían reforzarse frente a ella, aunque esto suponga una pérdida democrática. Casualmente, dos caminos aparentemente tan diversos acaban por elaborar dos discursos que refuerzan la credibilidad de las instituciones, bien sea porque son el único canal para la democracia o porque lo son para la gobernabilidad.

Lo que nos parece representativo es que estos dos textos, publicados en el diario nacional de mayor tirada, son reflejo de dos posiciones que podemos observar en los voceros de la política oficial: la democracia es un caos y hay que controlarla (tecnócratas y liberales), o bien, la democracia está en crisis y hay que conseguir que la gente vuelva a tener confianza en ella (socialdemócratas y socioliberales):

Cualquier alternativa a estos dos discursos está al margen de la política oficial (y esto quiere decir: de sus portavoces, de los grandes medios, de las tan traídas y llevadas instituciones, etc.). Pero eso no impide que múltiples alternativas busquen sus propios altavoces, como han demostrado recientemente el 15-M y el 25-S. Incluso podríamos decir que casi todas las protestas y movilizaciones desde el estallido de la crisis hasta ahora vienen reclamando más visibilidad para las alternativas. Esto es: más política. Nadie se ha manifestado contra el BCE o a favor del Senado; se han manifestado, y repetidas veces, contra la política de austeridad, a favor de la sanidad y la educación, contra la precarización del trabajo.

Podríamos tener la sensación de que esto es una reivindicación de la capacidad popular de hacer política, frente a las derivas técnicas de ciertas organizaciones o frente a la (interesada) incapacidad democrática de otras. Podríamos incluso tener la sensación de que hay quien no quiere entenderlo.

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