lunes, 23 de julio de 2012

La lógica de lo necesario y la lógica de lo posible


En estos tiempos en los que Grecia, España y otros estados europeos discuten la sumisión total de sus ciudadanos a entidades ajenas a su soberanía, hay quien aún se extraña al leer en los periódicos afirmaciones sobre la obligatoriedad de esta sumisión. Las limitaciones del presupuesto, las obligaciones en la ejecución del crédito recibido, el control directo de la administración económica, medidas, en general, que articulan la sumisión política de los estados y sus ciudadanos, y se presentan como necesarias. ¿Necesarias para qué? Necesarias, claro, para evitar el colapso del sistema.

Recordamos una curiosa afirmación de Loïc Wacquant: [el pensamiento económico liberal] "presenta al imperio de las finanzas como un estado de cosas ineluctable cuando, en el fondo, es totalmente arbitrario y sólo perdura debido a la servidumbre voluntaria de los dirigentes políticos."1 Esto lo cuenta Wacquant citando a Bourdieu, que atribuye esta forma de pensar a lo que llama el pensamiento Tietmayer, que Wacquant traduce como pensamiento Trichet, pensamiento Dragui. Más aún: en su recuerdo de Bourdieu, nos lanza otra pista iluminadora: los estados, que se presentan como irremediablemente sometidos al poder financiero, pueden controlarlo por un motivo fáctico indiscutible, y es que los mercados son una creación de los propios estados.

Esta obviedad no impide que la lógica de lo necesario se imponga de modo recurrente. Al margen de cuestiones fácticas como el control de los medios de comunicación, es posible apuntar un sustrato ideológico más profundo en la crítica que Horkheimer y Adorno hicieron de la Ilustración y de su exaltación del progreso técnico y de la razón, dos conceptos que, andando el tiempo, constituirían el soporte del capitalismo de cara a su legitimación. La razón hipostasiada de la Ilustración convierte a los individuos en entidades que resuelven problemas de cara a la consecución de mayores ventajas materiales, en un proceso que llamamos, genéricamente, desarrollo. Si, como critican Horkheimer y Adorno2, esta razón técnica o instrumental se hace tan poderosa que ocupa todo el espacio de lo humano - y así parece haber sucedido - entonces se produce el modelo único, ya que los fines a los que nos dirigimos no son discutibles por una razón que se ha ultra-especializado en la resolución de problemas técnicos y, de esta forma, ha renunciado a la discusión de los modos de vida. Las personas habríamos sido educadas - adiestradas, adoctrinadas - en una forma de vida que carece de la posibilidad de reflexionar sobre sí misma, de determinarse.

Frente a esto, cabría apuntar la posibilidad de describir a las personas como no marcados, no determinados previamente, en materia social y política. La biología nos determina: nunca dejaremos de ser seres humanos. Pero esto no tiene una proyección única en lo psicológico, lo sociológico, y por tanto en lo ético, lo social, lo político. La naturaleza objetiva no prevé estas cuestiones. Si fuera así, si lo ético, lo social, lo político, no estuviera concluso, las formas de vida serían algo abierto y determinable, y no lineal y determinado como parece pretender la economía. Si esto fuera así, la economía estaría usurpando, en nombre de ciertos intereses, el puesto de factores de una ideología que nos corresponde a nosotros – en este caso: griegos, españoles, irlandeses - elaborar. Entonces, la economía y su lógica de la necesidad serían "ideología" en términos estrictamente marxistas, y a nosotros nos quedaría por delante una enorme tarea: la de generar una política y una lógica de lo posible.

1 “Bourdieu en el corazón”. En Diagonal: Periódico quincenal de actualidad crítica, nº 168 [Consultable en http://www.diagonalperiodico.net/Bourdieu-en-el-corazon.html]

2 Horkheimer, Max; Adorno, Theodor. Dialéctica de la Ilustración. Madrid: Trotta, 2009.

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